link Jorge Alberto Iragui: Los Tres Desafíos del Justicialismo

miércoles, abril 05, 2006

Los Tres Desafíos del Justicialismo

Se dice hasta el cansancio que el Justicialismo ocupa hoy la totalidad de la escena política argentina. La caída de antiguas opciones y el escaso despliegue de otras nuevas, pone al movimiento político creado por el Gral. Perón hace ya seis décadas en un protagonismo casi excluyente, donde el resto de los actores se reducen a la categoría de “sparring-partners” de la lucha política.
Sin embargo, no suele ponerse la suficiente atención sobre el otro aspecto de este fenómeno, que es su contracara: a mayor poder político, mayor responsabilidad. Cuanto más amplio sea el espacio dominado por el justicialismo en el ejercicio del poder político-institucional, mayor es su responsabilidad sobre el curso de los acontecimientos de la sociedad argentina. A pesar de esto, el justicialismo sigue envuelto en una furibunda lucha consigo mismo, en una desesperada búsqueda de una identidad que será construida por todos, incluso por lo no peronistas, que desde el afuera pretenden comprender, combatir y doblegar un monstruo que, como aquella Hydra de la mitología griega, cuando pierde una cabeza, produce dos nuevas. Esta vitalidad, combinada con las esperanzas de una sociedad que necesita creer para recuperarse de frustaciones tan profundas, pone al justicialismo frente al desafío de aprovechar la oportunidad. Quizás en estos días, como nunca antes, coincida en una diagonal la realización tan postergada de la sociedad argentina con la recuperación del justicialismo de su crisis política e institucional.
Para esto, se hace indispensable recuperar una relación que en los últimos tiempos ha entrado en un enfriamiento profundo: la que existe entre el pensamiento y la acción, entre el análisis y la práctica, entre el pensar lo político y el hacer política. Reparemos en lo siguiente: cuando las ideas se debilitan, quedan sólo las personas y sus intereses. Desamparada de reflexión, la política se resume hoy en una escenificación vacía, se discuten relaciones personales, crónicas cotidianas, ataques, defensas y venganzas entre individuos. Individuos poderosos, pero individuos al fin. Es urgente volver a poner la política a la luz del pensamiento.
Ahora bien: poner al justicialismo bajo la mirada de la discusión filosófico-política contemporánea tiene algunos riesgos. Se abre así la puerta a los desafíos que habrá de enfrentar en los tiempos que vienen si pretende sostener su vigencia. El inmovilismo, la quietud, la ausencia de renovación doctrinario-operativa, lo convertirá en un conjunto de principios vacíos y prácticas degradadas (por repetidas) que profundizarán la grieta con la sociedad.
No es exagerado decir que, en nuestros días, el justicialismo se está diseñando un nuevo rostro, comienza a recorrer una nueva etapa. Para esto deberá tener algunas cosas claras: cuáles son los caminos a recorrer, qué señales debe interpretar del desarrollo histórico y de las expectativas sociales, cómo caminar los senderos que se avecinan.
Este futuro es complejo y múltiple, nunca es una sola la causa ni simple el método. Sin embargo, para graficar tanta variedad, propongo articular esta nueva etapa bajo la figura de los desafíos. Es la realidad misma la que interpela al justicialismo: aceptar el reto es una obligación histórica y un compromiso político.
El desafío del justicialismo ante la hora es (son), a mi juicio, tres: el desafío estratégico, el desafío institucional y el desafío de justicia.
Por desafío estratégico entiendo la necesidad de que desde el marco conceptual y político del justicialismo se vuelva a pensar al país y su sociedad con sentido de mediano y largo plazo. Superar la coyuntura es condición esencial del hombre político. Trabajar sobre el hoy puro reduce la política a la categoría de manualidad, de simple oficio.
El desafío institucional significa un paso del “justicialismo de los dirigentes” al “justicialismo de las instituciones”. Una versión institucional servirá como dique contenedor de la voluntad de poder individual desmedida y como garantía de la continuidad del desarrollo de las políticas en el tiempo. La dirección hacia un modelo institucional representa una superación en el desarrollo histórico del justicialismo que no es, de ninguna manera, inexorable y necesario, sino más bien, deseable y factible. Una sociedad autónoma y organizada será la autora de esa transformación, y su clase dirigente el instrumento adecuado. Ambos, sociedad y dirigentes, deberán ponerse a la altura de las circunstancias y emprender una nueva etapa histórica.
Finalmente, el desafío de justicia. A pesar del tiempo transcurrido, e independientemente de las coyunturas económicas, la injusticia sigue ahí, es decir, aquí. El principio rector para los pueblos de América Latina, desde el cual se puede articular un sujeto regional con la aspiración de construir un bloque real que trascienda las cuestiones aduaneras, es la justicia. La inequidad, la grieta entre los extremos de la escala social, es un hecho que no puede ni debe ser negado. Al justicialismo le corresponde, por doctrina, por historia y por presente enfrentar este desafío.
La filosofía ha discutido largamente la importancia de la justicia como virtud. Es, claramente, la virtud por excelencia. Kant, entre otros, ha planteado el siguiente interrogante: si para salvar a la humanidad fuese necesario condenar a un inocente, ¿habría que resignarse a ello?. Decididamente, no. La justicia no es un problema de números, no es un cálculo utilitario. Un solo hombre sometido a la injusticia hace de la sociedad un todo injusto. Es indudable que la justicia es la virtud de las virtudes, es la piedra de toque para que el resto de los valores tengan sentido de ser. No hay ninguna realización posible para una sociedad, si la justicia no es un hecho. Tanto reconoce esto el justicialismo que ha hecho de la justicia social su principio fundamental. En el futuro, la historia escribirá si los hombres de este tiempo han hecho realidad este principio.