link Jorge Alberto Iragui: abril 2006

miércoles, abril 05, 2006

Las Dos Intolerancias

Ver a una sociedad festejar burlonamente la representación gráfica que algunos medios hicieron sobre Mahoma (me) produce desesperanza. Más aún, al enterarme de que otro medio francés, luego de la primera explosión fanática, insistió con las publicaciones, dándole ya un lugar de nota central, tuve frente a mi un espectáculo bochornoso en el que se arrojaba, a sabiendas, nafta al fuego.
Una vez más se esconde detrás del estandarte de la tolerancia un propósito mucho más pedestre: un fabuloso negocio editorial. Otra vez, la dialéctica no resuelta entre los valores y el mercado.

Podría discurrir sobre la desmesura de la reacción, sobre la violencia injustificada, sobre las muertes inútiles que este conflicto ha costado ya; me pregunto, ¿vale la pena hablar sobre lo obvio?. Prefiero, entonces, dando por sentado que todo fanatismo es, por definición, imprudencia, falta de medida, desborde irracional, encarar la cuestión desde aquella dialéctica, la que enfrenta al capitalismo y su lógica universal y universalizante de la rentabilidad como sentido supremo, y los valores, esos ídolos humanos que se revuelven sobre sí en una época que parece empeñada en olvidarlos.

La historia universal conoció y vivió con dolor los excesos de la fe; luego, la razón se autopropuso como aquella que salvaría a la especie humana de las tinieblas de la ignorancia, se convirtió en un nuevo Dios y la humanidad padeció también sus excesos. ¿Habrá que aceptar que nada se ha aprendido de la historia?, ¿Tendremos que darle la razón al viejo Kant, que al hablar del destino de la especie humana afirmó: “con una madera tan retorcida como es el hombre no se puede conseguir nada completamente derecho”?.

En el mundo capitalista, todo, sin excepciones, es objeto de intercambio y consumo, incluso las imágenes; por caso, ya casi no vemos cine, sólo consumimos archivos de video, fragmentados, circulantes por la red, decodificados en diversos formatos, dispuestos a ser transportados en el bolsillo, junto a las monedas y las golosinas. Recuérdese la escena de aquel film en el que Woody Allen, presa de un brote místico, va de compras y de regreso a su casa, al vaciar la bolsa del supermercado, descarga una imagen de Cristo junto a un frasco de mayonesa. Cuando la fe se consume, el mercado ha triunfado frente a los valores.

Si admitimos la postulación central de la teoría ética aristotélica, según la cual la virtud es el ejercicio permanente y prudente de las acciones humanas por el sendero del justo medio entre los excesos y los defectos, tenemos a la mano un criterio para analizar esta cuestión de las caricaturas. Cito un ejemplo: la valentía es una virtud, podemos alejarnos de ella hacia el vicio por dos caminos: por defecto, seremos cobardes, por exceso, temerarios. El hombre virtuoso no es aquel que se anima a todo siempre, en cualquier circunstancia, ya que eso manifiesta una profunda imprudencia incompatible con la virtud, el hombre virtuoso es quien, guiado por la razón prudente, construye a cada momento el camino de la valentía manteniéndose alejado de los extremos.

Me permito agregar un nuevo ejemplo, muy difundido en nuestro tiempo, que Aristóteles no trató. Si aceptamos que la tolerancia es una virtud, el que peca por defecto es, sin lugar a dudas, el intolerante, el que nada permite, el que nada respeta, aquel para quien el otro no importa. Ahora bien: ¿cómo llamaremos al que peca por exceso?; podríamos, provisoriamente, darle el nombre de “indiferente”. Aquel que todo lo tolera también ignora al otro. Permitir todo, dejar hacer, suprimir la frontera de lo sagrado homogeneiza, iguala, deprime, degrada. Cuando todo es símbolo, nada es real. Una sociedad indiferente es, por consecuencia, una sociedad sin valores.

Estamos frente a dos extremos, dos vicios, dos desarmonías que se realimentan recíprocamente. Se me reprochará que no son lo mismo ya que reaccionan de maneras diferentes, unos publican dibujos, otros incendian embajadas: nunca he dicho lo contrario, simplemente llamo la atención sobre las verdaderas causas de lo que, para algunos, son fenómenos irracionales surgidos exclusivamente del fanatismo.

Prefiero pensar (y convoco al lector a compartir mi preferencia) que, como en toda dialéctica, ningún polo puede pensarse sin el otro. No faltarán los desprevenidos que sostengan que los musulmanes deben ser educados para que se los pueda incluir en nuestro maravilloso mundo occidental. Contesto con una frase del maestro Schopenhauer: “un estúpido (es aquel que) no ve la conexión de los efectos naturales, ni cuando esta conexión salta a la vista de suyo”.

Los Tres Desafíos del Justicialismo

Se dice hasta el cansancio que el Justicialismo ocupa hoy la totalidad de la escena política argentina. La caída de antiguas opciones y el escaso despliegue de otras nuevas, pone al movimiento político creado por el Gral. Perón hace ya seis décadas en un protagonismo casi excluyente, donde el resto de los actores se reducen a la categoría de “sparring-partners” de la lucha política.
Sin embargo, no suele ponerse la suficiente atención sobre el otro aspecto de este fenómeno, que es su contracara: a mayor poder político, mayor responsabilidad. Cuanto más amplio sea el espacio dominado por el justicialismo en el ejercicio del poder político-institucional, mayor es su responsabilidad sobre el curso de los acontecimientos de la sociedad argentina. A pesar de esto, el justicialismo sigue envuelto en una furibunda lucha consigo mismo, en una desesperada búsqueda de una identidad que será construida por todos, incluso por lo no peronistas, que desde el afuera pretenden comprender, combatir y doblegar un monstruo que, como aquella Hydra de la mitología griega, cuando pierde una cabeza, produce dos nuevas. Esta vitalidad, combinada con las esperanzas de una sociedad que necesita creer para recuperarse de frustaciones tan profundas, pone al justicialismo frente al desafío de aprovechar la oportunidad. Quizás en estos días, como nunca antes, coincida en una diagonal la realización tan postergada de la sociedad argentina con la recuperación del justicialismo de su crisis política e institucional.
Para esto, se hace indispensable recuperar una relación que en los últimos tiempos ha entrado en un enfriamiento profundo: la que existe entre el pensamiento y la acción, entre el análisis y la práctica, entre el pensar lo político y el hacer política. Reparemos en lo siguiente: cuando las ideas se debilitan, quedan sólo las personas y sus intereses. Desamparada de reflexión, la política se resume hoy en una escenificación vacía, se discuten relaciones personales, crónicas cotidianas, ataques, defensas y venganzas entre individuos. Individuos poderosos, pero individuos al fin. Es urgente volver a poner la política a la luz del pensamiento.
Ahora bien: poner al justicialismo bajo la mirada de la discusión filosófico-política contemporánea tiene algunos riesgos. Se abre así la puerta a los desafíos que habrá de enfrentar en los tiempos que vienen si pretende sostener su vigencia. El inmovilismo, la quietud, la ausencia de renovación doctrinario-operativa, lo convertirá en un conjunto de principios vacíos y prácticas degradadas (por repetidas) que profundizarán la grieta con la sociedad.
No es exagerado decir que, en nuestros días, el justicialismo se está diseñando un nuevo rostro, comienza a recorrer una nueva etapa. Para esto deberá tener algunas cosas claras: cuáles son los caminos a recorrer, qué señales debe interpretar del desarrollo histórico y de las expectativas sociales, cómo caminar los senderos que se avecinan.
Este futuro es complejo y múltiple, nunca es una sola la causa ni simple el método. Sin embargo, para graficar tanta variedad, propongo articular esta nueva etapa bajo la figura de los desafíos. Es la realidad misma la que interpela al justicialismo: aceptar el reto es una obligación histórica y un compromiso político.
El desafío del justicialismo ante la hora es (son), a mi juicio, tres: el desafío estratégico, el desafío institucional y el desafío de justicia.
Por desafío estratégico entiendo la necesidad de que desde el marco conceptual y político del justicialismo se vuelva a pensar al país y su sociedad con sentido de mediano y largo plazo. Superar la coyuntura es condición esencial del hombre político. Trabajar sobre el hoy puro reduce la política a la categoría de manualidad, de simple oficio.
El desafío institucional significa un paso del “justicialismo de los dirigentes” al “justicialismo de las instituciones”. Una versión institucional servirá como dique contenedor de la voluntad de poder individual desmedida y como garantía de la continuidad del desarrollo de las políticas en el tiempo. La dirección hacia un modelo institucional representa una superación en el desarrollo histórico del justicialismo que no es, de ninguna manera, inexorable y necesario, sino más bien, deseable y factible. Una sociedad autónoma y organizada será la autora de esa transformación, y su clase dirigente el instrumento adecuado. Ambos, sociedad y dirigentes, deberán ponerse a la altura de las circunstancias y emprender una nueva etapa histórica.
Finalmente, el desafío de justicia. A pesar del tiempo transcurrido, e independientemente de las coyunturas económicas, la injusticia sigue ahí, es decir, aquí. El principio rector para los pueblos de América Latina, desde el cual se puede articular un sujeto regional con la aspiración de construir un bloque real que trascienda las cuestiones aduaneras, es la justicia. La inequidad, la grieta entre los extremos de la escala social, es un hecho que no puede ni debe ser negado. Al justicialismo le corresponde, por doctrina, por historia y por presente enfrentar este desafío.
La filosofía ha discutido largamente la importancia de la justicia como virtud. Es, claramente, la virtud por excelencia. Kant, entre otros, ha planteado el siguiente interrogante: si para salvar a la humanidad fuese necesario condenar a un inocente, ¿habría que resignarse a ello?. Decididamente, no. La justicia no es un problema de números, no es un cálculo utilitario. Un solo hombre sometido a la injusticia hace de la sociedad un todo injusto. Es indudable que la justicia es la virtud de las virtudes, es la piedra de toque para que el resto de los valores tengan sentido de ser. No hay ninguna realización posible para una sociedad, si la justicia no es un hecho. Tanto reconoce esto el justicialismo que ha hecho de la justicia social su principio fundamental. En el futuro, la historia escribirá si los hombres de este tiempo han hecho realidad este principio.